13 noviembre 2013

Resiliencia y puré



Tenía hambre y ocho años, las seis de la tarde. Abrir la nevera era como quitar la anilla a una granada. Cuando lo hacía, automáticamente se escuchaba: Qué haces? Ni se te ocurra coger nada! Comes a tus horas! 
Mi padre era excepcional, tenía la gran habilidad de memorizar semanalmente la compra y, a medida que menguaba gramo a gramo el alimento, lo iba descontando de su stock mental. No era contable, ni responsable de almacén, su profesión era la de hacer monedas de oro y plata para coleccionistas, numismático y joyero muy valorado. No faltaba el dinero en casa, pero la educación era primordial para que sus hijos se erigieran personas de pro.

Él no me enseñó el arte de la acuñación, ni su técnica, que yo tanto admiraba, para memorizar el contenido de una nevera y una despensa. 

Mi padre me enseñó a hacer puré de patatas:

Se toma un cazo, se vierte un vaso de agua y se pone a calentar. Cuando entra en ebullición se aparta del fuego y se vierten unos cuantos copos de puré de patatas de sobre, la cantidad sobrante se vuelve a dejar donde estaba, con la pinza en la misma posición. Después, con ayuda de una cuchara se remueve la preparación hasta que tome la textura de puré.


Mi padre no era perfecto, se descontaba con los gramos de los productos embolsados.









2 comentarios:

Juanjo Montoliu dijo...

Apuesto a que el puré te sale riquísimo.

Excelente relato, Sandra.

Besos.

s a n d r a dijo...

Soy la reina del puré! ; )

Gracias por tu generosidad.


S m u a c k s!